El Fitito y el Falcon
Por Agustín Amado.
Mis padres compraron su primer 0km cuando yo estaba por cumplir un año. Una “bolita” aventurera para los caminos y rutas de finales de los ´60. El Fitito. Un 600 color azul que dio cátedra de lealtad en cada uno de los 19 viajes desde Río Negro hasta el sur de La Rioja.
El gran problema de este popular “city car” era la refrigeración; de fábrica recomendaban mantener siempre bien tensa la correa del ventilador y limpio el radiador. El nuestro era una rareza, no levantó temperatura nunca. Pero el piloto… esa es otra historia. Aquí va.
Aquellos recorridos de mil y pico de kilómetros duraban promedio dos días. Pocholo al volante, y Waldina acompañando con mate y charla para mantener siempre despierto al conductor. Si el camino era anodino, el hombre se dormía, en cambio si aparecía algún quirquincho se le despertaba el instinto de persecución pero si algo no salía bien, se calentaba. El Fitito no, Pocholo, digo para que quede claro.
El asiento trasero era mío. Sobre el asiento rebatido le colocaban el colchoncito pequeño, un almohadón, una frazada y la batería de juguetes con las que pasaba esas horas de rutas. Imaginate los juguetes de hace medio siglo. Y encima me compraban los Duravit.
Autos, camiones, camionetas. Pesados, rústicos y fuertes. A prueba de todo, menos del hacha. Lo digo por experiencia. Partí un Falcon rojo en el patio de la casa sobre un tronquito de quebracho, al lado de la pila de leña. Antes me había acompañado en esas horas de viajes.
Fue en uno de esos recorridos, ya entrada la tarde noche, que Waldina, mi mamá, se acomoda como puede apoyando la cabeza sobre el parante central del Fitito, para dormitar un rato. Y me hace un encargo: “no dejes que se duerma tu papá”.
Iba atrás sentado sobre el colchoncito jugando con el Falcon. Por ese entonces tenía unos tres años de edad. Piloteaba el Duravit por caminos imaginarios que zigzagueaban por los pliegues de la frazada, trepaban la cuesta del almohadón y volvían al llano una y otra vez, sin pausa.
Un rato más tarde, Waldina había logrado conciliar el sueño arrollada en la butaca delantera y Pocholo comenzaba a dar muestras de cansancio. La mano derecha en el volante y con la otra se restregaba los ojos.
Desde mi ubicación advertía cómo venia la cosa. Fue entonces que recordé el pedido: “no dejes que se duerma…” Pero era apenas un niño. Convengamos que no podría haber instalado un tema de conversación, mucho menos preparar unos matecitos, que son las acciones de manual en estos casos.
“No dejes que se duerma…” resonaba en mí y Pocholo ya había empezado a cabecear. Primero para adelante, luego para el costado. Entonces actué. Le propiné terrible “autazo” detrás de la oreja con el Falcon de Duravit.
Waldina no volvió a hacerme un pedido similar, Pocholo se mantuvo despierto todo el viaje y yo aprendí cómo funciona el sistema de refrigeración del Fitito cuando se levanta la temperatura, sobre todo del conductor.