Leandro N. Alem
Era una fría y lluviosa mañana la del 1 de julio de 1896. Había convocado a una reunión urgente para hablar de temas políticos con amigos. De pronto interrumpió el diálogo e ingresó a su dormitorio. Al salir, llevaba su sombrero y el tradicional poncho de vicuña en el cuello. Ninguno de los presentes intuía su des-esperanza de radical intransigente.
Avisó que salía unos minutos y prometió volver. Se subió a su carruaje rumbo hacia el club El Progreso. La población celebraba la fiesta de San Juan y San Pedro. El bullicio y las detonaciones de pirotécnia ocultaron el estruendo de su arma antes de caer humeante. El arma que usó para dispararse en la sien. Entre sus ropas, una nota decía “Perdónenme el mal rato, pero he querido que mi cadáver caiga en manos amigas y no en manos extrañas, en la calle o en cualquiera otra parte”
Luego se conoció su Testamento politico, en su dormitorio, en un sobre bajo el rótulo Para Publicar:
“He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!
He luchado de una manera indecible en los últimos tiempos; pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña… ¡y la montaña me aplastó!
He dado todo lo que podía dar; todo lo que humanamente se puede exigir de un hombre, y al fin mis fuerzas se han agotado… y para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. Entregó decorosa y dignamente todo lo que me queda: mi última sangre, el resto de mi vida. Los sentimientos que me han impulsado, las ideas que han alumbrado mi alma, los móviles, las causas y los propósitos de mi acción y de mi lucha en general, en mi vida, son, creo, perfectamente conocidos. Si me engaño a este respecto, será una desgracia que yo ya no podré ni sentir ni remediar…
Ahí están mi labor y mi acción desde largos años, desde muy joven, desde muy niño, luchando siempre de abajo. No es el orgullo el que me dicta estas palabras, ni es debilidad en estos momentos lo que me hace tomar esta resolución. Es un convencimiento profundo que se ha apoderado de mi alma en el sentido que lo enuncio en los primeros párrafos, después de haberlo pensado, meditado y reflexionado en un solemne recogimiento.
Entregó, pues, mi labor y mi memoria al juicio del pueblo, por cuya noble causa he luchado constantemente.
En estos momentos el partido popular se prepara para entrar nuevamente en acción en bien de la patria. Esta es mi idea, éste es mi sentimiento, ésta es mi convicción arraigada, sin ofender a nadie. Yo mismo he dado el primer impulso, y, sin embargo, no puedo continuar. Mis dolencias son gravísimas, necesariamente mortales. ¡Adelante los que quedan! ¡Ah, cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores!
¡No importa! Todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron origen y ellas sabrán consumar la obra: ¡deben consumarla!”
Leandro Nicéforo Alem1 – (Bs.As. 11/03/1842 – 01/07/1896) fue un abogado, político, revolucionario, estadista y masón argentino, destacado por haber fundado la Unión Cívica Radical y liderado dos insurrecciones armadas. Comenzó en la política desde el Partido Autonomista de Adolfo Alsina por el cual sería diputado provincial en dos oportunidades. También fue diputado nacional por el Partido Republicano.
En 1890 fue uno de los fundadores de la Unión Cívica y jefe político de la fallida Revolución del Parque, contra el régimen fraudulento del PAN. En 1891 lideró el sector de la Unión Cívica que fundó la Unión Cívica Radical. En 1893 lideró una segunda insurrección armada que volvió a ser derrotada. Llegó a ser Gran Maestre de la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones de la República Argentina.
En las elecciones legislativas de 1895 fue elegido diputado nacional. El 1 de julio de 1896 se suicidó, luego de escribir su célebre testamento político.
Por Agustín Amado