A 50 años del derrocamiento de Illia
Todavía resuenan las falacias que “justifican” ese golpe: su escasa representatividad electoral y su inoperancia política.
Veamos: Illia no entró por la ventana, obtuvo más del 25% de los votos, más que Kirchner en el 2003. El peronismo, aun proscripto y votando en blanco, no superó el 18%.
A los 64 años, Illia fue legitimado por la mayoría absoluta del colegio electoral y el 12 de octubre de 1963 juró ante la Asamblea Legislativa.
Sobre sus aptitudes, quedó demostrado que fue un gobernante honesto y muy eficiente.
En tres años Illia logró superar la recesión heredada. Durante 1964, el PBI aumentó en un 10,3 por ciento y, al año siguiente, fue del 9,1. Ese incremento acumulado de un 20,3 en apenas dos años implicaba una extraordinaria cantidad de bienes y servicios adicionales puestos a disposición de la sociedad.
La actividad de las industrias manufactureras, que representaban entonces la tercera parte del PBI (la producción agropecuaria era un sexto), registró un aumento del 18,9 por ciento en el primer año y del 13,8 en el segundo.
O sea que, en dos años, la producción industrial subió el 35,3 por ciento (más de una cuarta parte). De este modo la industria, que en 1961 había logrado una participación máxima en el PBI con el 31,9 por ciento, superó ese coeficiente en 1964 con el 32,5 y alcanzaría en 1965 un récord del 33,9 por ciento.
Estas cifras no son las de una administración precisamente inoperante. Comparándolas con las de la gestión inmediatamente posterior, la tortuga habría resultado mucho más veloz que las liebres que la sucedieron.
El eficaz equipo económico de Illia tenía nombres y apellidos. Eugenio A. Blanco, Roque Carranza, Félix Elizalde, Bernardo Grinspun, Alfredo Concepción y Carlos García Tudero.
Hugo Gambini destaca que “fueron quienes lograron aumentar las exportaciones de 1200 millones de dólares en 1962 a 1500 millones en 1965. Fueron ellos quienes disminuyeron la deuda externa de 3390 millones de dólares en 1963 a 2650 millones en 1965, sin necesidad de tocar las reservas de oro y divisas guardadas en el Banco Central ni de pedir préstamos al Fondo Monetario. Fueron ellos los encargados de sanear el presupuesto nacional, que venía carcomido por un déficit del cincuenta por ciento del gasto total y con varios meses de atraso en el pago de sueldos”.
Tuvo la valentía de iniciar las exportaciones de trigo a China comunista, cuando no había relaciones diplomáticas con ese país. «Diversificamos nuestros mercados comerciando con todos los países del mundo, sin reticencias de ninguna naturaleza», explicó con total sencillez.
La racionalidad y el correcto manejo de las cuentas públicas hizo que aquella administración se caracterizara por un sentido profundamente ético de la acción de gobierno, sin embargo, el gobierno de Illia no tenía buena prensa.
Relata Gambini que “Es que en su primer viaje por Europa, Illia había visto de cerca el apogeo de los regímenes totalitarios de Hitler, Mussolini, Franco y Stalin y, por su acendrada vocación democrática, le aterraba pensar en la manipulación informativa”.
Se jactaba de no gastar un peso de los contribuyentes en publicitar sus actos de gobierno, pensaba que el pueblo se daría cuenta solo de las bondades de su administración.. Eso explica sin justificar su aislamiento de los hombres de prensa, su falta de diálogo con los medios.
Entre las voces más vehementemente críticas a la gestión estaba la de Primera Plana, una brillante y exitosa publicación donde sobresalía por su talento un equipo de intelectuales que integraba también Gambini.
“En ese ámbito, naturalmente Illia debía ser fácil motivo de burlas y su gobierno objeto de constantes impugnaciones, aunque estuviera resolviendo la construcción del complejo Chocón-Cerros Colorados, aunque se negase a enviar tropas a Santo Domingo como quería Estados Unidos, aunque implantara el salario mínimo, vital y móvil, aunque defendiera el Estatuto del Docente y aunque destinara la cuarta parte del presupuesto a la educación. Nada de eso parecía meritorio. Resultaba más divertido ironizar con la esposa del presidente y producir una nota tilinga sobre los modestos hábitos de vida matrimoniales en Cruz del Eje”, relata Gambini en una nota publicada en La Nación el 12 de octubre de 2003, el día que se cumplían 40 años del inicio de aquella gestión presidencial.
La única opinión disonante era la de Osiris Troiani «¿Ustedes no se dan cuenta de que están serruchando la rama del árbol donde están sentados? ¡Después que lo echen a este viejo, los fascistas van a venir aquí a cerrar esta revista!». Osiris, que se había iniciado en el oficio durante los años nefastos de la mordaza peronista, sabía de qué hablaba. El tiempo le daría la razón”.
Iliia es una referencia en nuestra historia política de referencia “indiscutible”.
Nada de todo esto sabía aquella tarde del ´83, Illia recorría la región invitado por dirigentes que preparaban el retorno a la democracia.
En la confitería del Círculo Italiano de Villa Regina, Río Negro, me senté con ese hombre a tomar un café. Era casi un adolescente que tenía como única excusa, para compartir esos minutos, ser nieto de Ceferino Amado, uno de sus pacientes que terminó cultivando amistad con él.
Por Agustín Amado.